Los que se hospedan en el Hotel Tokio cada vez son más.
Durante el día pasan desapercibidos, dejaron acomodada su riqueza de colchones
para salir a pedir, ellos se desplazan como sombras pestilentes, drogados,
bebidos, adormecidos. La ciudad se ha convertido en un gran matarife, el oficio
de la asistencia social es burocracia pura a cinco cuadras del Palacio
Municipal. Las palomas de la plaza tienen mejor suerte todo el día las están
alimentando, entretienen a los niños, causan ternura, los habitantes del Hotel
Tokio causan asco, viven en un orinal, duermen a hecho consumado después de
haber bebido cerveza o vino barato, escapan de las angustias, respiran,
volverán a caer en la noche del sueño y al otro día la rutina del desamparo. Es
el infierno de la costumbre al que le temo, es el infierno agónico y ausente.
Son las máquinas de languidecer, pero también son ojos, intestinos ,riñones y
corazón. Yo no sé que pasará con el mundo, pero está lleno de tristeza.
domingo, 2 de septiembre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario