sábado, 28 de febrero de 2009

martes, 24 de febrero de 2009

viernes, 13 de febrero de 2009

Fantasmas a la luz del día


Por A. Castillo


Lo que más recuerdo del día en que murió Cortázar fue la llegada de una alumna a mi casa que, deshecha en lágrimas, me dijo desde la puerta “murió Julio”. Cortázar era de aquellos escritores que establecían una relación emocional y afectiva con sus lectores, y uno de aquellos autores a los que sus lectores –tuvieran o no confianza con él– solían llamar por el nombre. Se habla a veces de Federico y damos por hecho que estamos hablando de García Lorca, también de Macedonio para referirse a Fernández, pero nunca alguien dice Jorge Luis para hablar de Borges. La relación que establecía Cortázar con sus lectores era casi de amistad directa.

Yo lo conocí hacia 1973, pero nunca nos llamamos por nuestro nombre: él siempre me llamó Castillo y yo a él Cortázar. Afortunadamente nunca me llamó Cronopio. Nunca nos tuteamos; sin embargo, nuestra relación era muy profunda y siguió hasta el día de su muerte.

Al margen de la amistad y de las noches que caminamos por Buenos Aires, creo que el legado de Cortázar desde el punto de vista de la literatura fantástica es que estableció el fantasma a la luz del día. Como si hubiera sacado para siempre de la literatura aquella cosa gótica que exige la oscuridad para ser aterradora.

Creo que ése fue, al margen de la importancia que tuvieron Rayuela y sus actitudes políticas, el gran legado de Cortázar: sacó lo fantástico y lo irreal de la zona del misterio, lo estableció en la realidad y lo volvió a hacer misterioso.

*Escritor, Testimonio tomado por I. S.

http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=18662

13/02/09

miércoles, 11 de febrero de 2009

TEMOR Y TEMBLOR (Reflexiones desde el mar)



Luis Herrero

A la nochecita, después de un tedioso día de playa, y con las exigencias propias de las almas en fuga, las familias, recién bañaditas y perfumadas, salen a pasear sus bronceados rostros por las vidriadas luces del centro comercial.

Los stands de las principales marcas de moda los atraen como las farolas iluminadas de las plazas públicas a los molestos cascarudos: “Tommy Hilfiger Shakespeare” “Soho Hölderlin” “Caro Cuore Rimbaud” “John Foos Baudelaire” “Chocolate Víctor Hugo”. Locales todos, en hileras perfectas, prolijamente iluminados y diabólicamente sensuales.

Los elegantes paseantes en sus ansiosos congestionamientos se atropellan, se pisan, se disculpan, se observan, se besan, se desprecian, se miran, se rozan, se arquean, se imaginan, se acuestan, se babean; se tiñen de verde como esos viejos panzones con sus bermudas de plata.

En cada vidriera detienen sus cansados pasos. En cada puerta curiosean.

Es un ejercicio de enseñanza aprendizaje donde los padres ¡grandes formadores de valores! acostumbran a sus retoños, ya desde pequeñitos, a percibir las fragancias de los buenos perfumes, opinar sobre tal o cual cartera, pulsera, pantalón, o zapatilla.

Códigos que deberán respetar y aprender a leer con la facilidad de un nuevo texto, para identificar e identificarse; para adquirir ese sentido de pertenencia a un universo identitario que los marcará para el resto de sus días.

Y ahí van, con pasos distraídos, cargando sus bolsas crujientes de papel madera, llenas de ilusiones nuevas que se renuevan y que, seguramente, lucirán orgullosos las noches siguientes.

Y ahí van, a sentarse al aire libre, a tomarse un respiro en medio del tumulto que avanza como un río desbordado.

Qué gusto da verlos con tanto vital entusiasmo, intercambiando y entrecruzando bolsas, halagos y productos, hasta que el cansancio los doblega y los agota por completo, sobreviniendo el bostezo y el vacío impertinente que despierta a los fantasmas del hastío que durante el día permanecieron adormecidos.

Y ahí se los ve en su real condición, abrazados a sus bolsas de papel en agotado silencio, bajo el amparo de estos seres diabólicos que danzan y ríen con cínico desprecio a imagen y semejanza de la muerte.

Y es allí cuando siento el primer cimbronazo. Cuando veo que las cosas se agitan y balancean. Cuando el piso se abre como las fauces del bíblico Leviatán, las paredes se deforman, se resquebrajan, y todo se desmorona.

La imagen que observo es patética. La nada reina en derredor. Sólo los fantasmas bailan sus danzas macabras.

Me levanto. Pago mi café como de costumbre y, en perfecto silencio, sigo mi pasos entre los escombros humeantes de cadáveres yacentes y cuerpos agonizantes de niños inocentes que me miran abrazados a sus bolsas de papel.
....
http://arqherrero.blogspot.com/